
Con los pies llenos de barro, esposados de las manos, sin las cintas de sus zapatos ni ganas de seguir adelante, ocho hombres de Honduras, Nicaragua y México se sientan en tres grupos sobre la tierra en Mission, Hidalgo (Texas). Los oficiales de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos (BP, en inglés) los rodean.
Fin del camino. La Patrulla Fronteriza de Estados Unidos hace detenciones a diario en el área del Valle de Río Grande. FOTO DE LA PRENSA/AMANDA HERNÁNDEZ
El viaje que se decidieron a hacer de forma irregular parece ese último martes de febrero un sinsentido; y todos los días de largas caminatas, hambre, sacrificios y haber dejado atrás a sus familias han sido en vano. Lograron llegar a Estados Unidos. Pero no a su destino final. Y desde ya la BP dice que tendrán que volver a sus países de origen.
"¿No se lo recomienda a nadie?", le pregunta un periodista a un hondureño, mientras oficiales procesan a los ocho hombres. Él mira hacia abajo, sonríe con pesar al suelo pero responde decidido: "La verdad que no".
Ahora todas sus pertenencias, el puñado que podía cargar, están en bolsas plásticas con el logo del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS, en inglés). Al lugar donde los llevarán no podrán llevar sus cosas. "¿Van a volver a intentarlo?", le pregunta uno de los periodistas centroamericanos en el lugar. "No creo. Fue muy duro", responde.
“Tardamos en el monte como dos días, para esto. Acabamos de salvarle la vida a otras personas ahí (en el Río Grande), se estaban ahogando.
Los que venimos tenemos que apoyarnos, porque, si no...”.
Inmigrante hondureño detenido en la frontera de EUA
Pagaron entre $7,000 y $8,000. Algunos querían llegar a Nueva York, a más de 1,800 millas de distancia de donde fueron aprehendidos.
En lugar de eso, fueron puestos en una camioneta del Gobierno, poco antes de las 8 de la mañana, y llevados a un Centro de Procesamiento (CPC, en inglés) en Texas. Todo acabó. En el CPC, conocido como "Úrsula", decidirían si pasaban a manos de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, en inglés) y si finalmente serían deportados.
"Tardamos en el monte como dos días, para esto. Acabamos de salvarle la vida a otras personas ahí (en el Río Grande), se estaban ahogando. Los que venimos tenemos que apoyarnos, porque, si no...", dice el hondureño antes de que le quitaran las esposas. Ninguno intentó escapar o se puso violento. Estaban exhaustos.
Pero los agentes dicen que como los migrantes cruzan en grupos, y superan en número a los oficiales fronterizos tienen que ser esposados. Todo se desarrolla con tranquilidad, mientras prensa de El Salvador, Honduras y Guatemala observa.
Tenían planes para que los llegaran a "levantar" más adelante para llegar al interior del país. No mencionan si llegaron con un coyote; sin embargo, los oficiales de la Patrulla afirman que así es como llegan todos los inmigrantes irregulares. Pero ninguno los identifica.
La zona fronteriza del Valle del Río Grande, donde se encuentra Mission, es la más transitada por la migración irregular.
Christian Álvarez, vocero de la Patrulla Fronteriza en el área, afirma que los coyotes dejan a los inmigrantes en "casas seguras" cerca de la frontera. Ahí deben esperar hasta un mes para la segunda fase del cruce, donde intentarán ingresar escondidos en contenedores o vehículos. Después los vuelven a bajar en ranchos, donde les dicen que caminarán unas cuantas horas, que terminan siendo días. Los oficiales del DHS dicen que aunque lo lograran, en el interior del país los espera ICE.
Algunos se deshidratan y mueren en los ranchos del valle.
"La mayoría van a ser retornados, porque es caso por caso (que se determina), pero la mayoría va a ser retornado", dice Álvarez.
"No nos tocó mala suerte, sino... Así es la vida, ¿no?", dice uno de los inmigrantes antes de subirse a la camioneta del Gobierno.
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