
La bienvenida a un país que expulsa a su gente
Reynaldo es un hombre que durante cuatro años soñó que los agentes de Migración estadounidense tocaban la puerta de su casa en Texas, entraban y se lo llevaban preso. “Soñaba que llegaban a la casa por mí. Todo el tiempo andaba de mal humor. Ya no era alegría dejar mi trabajo e irme para la casa a descansar por estar en la misma situación diaria”, cuenta hoy en un evento realizado para la comunidad de migrantes salvadoreños.
Cuando Reynaldo tenía 28 años, migró hacia Estados Unidos. Tenía visa y viajó en avión. Era la década de los noventa, el país empezaba a sobreponerse a la guerra civil. Él decidió quedarse en Estados Unidos, para ello, solicitó asilo. En 2004 legalizó su situación migratoria y obtuvo su permiso de residencia. Ahí construyó su vida de adulto: tuvo tres hijos, compró su carro para ir de paseo, su camioneta para ir a trabajar, pagó impuestos y se convirtió en un subcontratista de construcción. Ahora Reynaldo tiene 43 años, extraña a sus tres hijos de 13, 11 y 10 años, se levanta a las 3 de la mañana y viaja todos los días en bus desde San Vicente a Soyapango para instalar pisos cerámicos en un centro comercial.
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