
PROEZAS DEL DESVELO
Eran ya tres hijos que habían llegado en secuencia cronológica perfecta, y ahora ya tocaba el arribo del cuarto, que por acuerdo de los progenitores sería el último. Los tres anteriores tenían dos años de diferencia entre sí, y los nacimientos se habían dado en meses inmediatamente sucesivos: julio, agosto y septiembre. Al cuarto, pues, le tocaba octubre. Y para cumplir al punto con las fechas designadas, la concepción debía producirse en enero.
Había pasado el Año Nuevo, y el mes comenzaba a avanzar con el paso rápido que hoy acostumbran los tiempos. El padre de ella sólo miraba a la hija directamente a los ojos; pero la madre sí hacía observaciones al respecto, a su estilo sesgado:
--¿Cómo va la cosa, cariño?
--¿Cuál cosa? –reaccionaba ella, con el retintín usual.
--La cuarta estación…
--Ay, mamá, quién te oyera…
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