
TORMENTA DE CRISTAL
Los visitantes habituales de este lado de la orilla estaban ya en el borde del agua fluyente, aguardando que el lanchero llegara a recogerlos desde la otra orilla. El día era uno de esos primeros del verano tropical, y en el aire se confundían constantemente los respiros aún húmedos y los soplos de calidez anunciada. Ellos sabían que era preciso tener paciencia, porque Melquíades nunca era puntual, y eso lo resolvía con un gesto de paisano envalentonado. Entretanto, iban pasando por ahí gentes conocidas y desconocidas, que saludaban y se iban de largo, hacia abajo y hacia arriba por las playas abruptas del río mayor que tenía un nombre emblemático: Lempa.
De repente, y como si apareciera por arte de magia, ya estaba llegando a la arena pedregosa la lancha conducida por Melquíades, y luego de que les hiciera un saludo puramente gestual los pasajeros fueron ingresando al vehículo tambaleante a pesar de que la corriente que iba suavemente hacia abajo a cruzar de manera sesgada frente a un paredón de lajas imponentes no tenía ningún sobresalto
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